Pongamos que hablo de Madrid.

Ayer fuimos a cenar a un restaurante muy bueno en Barcelona que es hermano de otro que se llama igual y es originario de Madrid, la comida es alucinante y la tarta de queso todavía más, tiene un aroma a queso manchego de cabra que para colmo de la delicadeza, se funde en tu boca. Es realmente de otra categoría dentro del soporífero mundo de las tartas de queso, obviamente no va con mermelada de frutos rojos o alguna vulgaridad similar, sabe a queso con toda su profundidad, es cómo besar el pie de una amante. 

Por cierto, el restaurante se llama Fismuler.

Pero no quería hablar de eso, os quería narrar un fenómeno paranormal que nada tiene que ver con la tarta de queso, ni con el delicioso alimento que ofrecen a sus clientes, quería hablar sobre la mala costumbre que tienen de tener a una especie de cantautor muy a la madrileña que interpreta hits, de esos medio castizos, medio malos de los 80, de grupos que parece que no tienen nada que ver, pero que son la misma esencia española. El cantante y su guitarra son capaces de pasar de los Ronaldos a Extremoduro y obviamente, no podía faltar Sabina.

De hecho, todo el repertorio a pesar de ser de grupos muy distintos todo lo cantaba "asabinado" y contra lo que podía imaginar le daba una unidad muy interesante. Bajo esa toquilla de Sabina, te dabas cuenta que todos esos grupos en realidad son el mismo. Y no me duele decirlo, lo disfruté y eso que a día de hoy Sabina me parece de los músicos más pasados de moda y de rosca. De los que el tiempo los ha atropeyado por no apartarse a tiempo viendo venir el tren, a terminado arrastrado por el suelo y sin entender nada de la nueva realidad y para colmo, enfadado porque las cosas cambian. Es un tío que a él mismo le habría caído mal cuando era joven, o eso me gustaría creer cuando escucho alguna de sus últimas declaraciones.

Pero esto tampoco era el tema y ahora viene la traca, para mi asombro y maravilla, me encantó Pongamos a hablo de Madrid, si, esa canción llena de tópicos y de frases que no han sobrevivido al tiempo, como su autor, es machista, castiza, canalla, y medio chunga, llena de tópicos, pero bonita y nostálgica, al menos eso me pareció en medio del ambiente surrealista en el que la escuché, delante tenía a un señor japonés y a mi lado a mi novia charlando con su madre sobre catástrofes navideñas. De repente desaparecí en mi cabeza y en la canción.

Me recordó a mis días esporádicos en Madrid, a esas noches madrileñas que te engullen, a las noches de hotel, a las personas que he querido tanto en Madrid, a la fantasía de vivir allí enamorado, a las ferias del libro, a los viajes de ir y volver, al tren y al Hotel de las Letras, a las trastadas hechas en Madrid, aventuras. 

De repente añoré todo aquello mucho y la canción ya era una letanía de todo ese universo que perdí, solo resonaba el "Pongamos que habló de Madrid" y la letra eran mis recuerdos, nada de Sabina, solo su música y su excusa.

Fui muy feliz en Madrid, supongo que fui feliz en Madrid, pongamos que hablo de Madrid. 

Ayer estuve un ratito allí.



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