Neil Young, Greendale y un botellín.

Hay discos en los que depositas recuerdos, parte de ti, te traen imágenes como lo hacen los perfumes, nunca se desprenden esas emociones de ellos. Los recuerdos parecen sueños que nunca sucedieron, incluso, algunos de ellos, parecen la vida de otro.

Resulta asombroso hacerse mayor y cada vez tener más ecos así. A veces te golpean fuerte, aparecen de forma casi tangibles pegados a una música, una imagen, una luz que entra por una ventana que ahora es distinta.

Greendale es un disco de esos, lleno de canciones que para mi son botellines de Cocacola rellenos de vino de Chiclana, un disco que va de una cosa y que a mi me explica otra, un disco que hizo Neil Young hace ya muchos años, donde cuenta una historia de un pueblo, y que a mi me cuenta una historia de mi pasado que nada tiene que ver. Un disco representado en directo de forma memorable y a través de una función de teatro y una película, una obra conceptual, compleja e ingenua, como deberían ser todos los abuelos sabios. 

La música es poderosa, es el arte desprovisto del objeto, es la emoción mágica invocada por los sonidos adecuados, es el truco del hipnotizador, la clave que abre la taquilla de tu cabeza. El artista la crea y tu la completas.

Botellines...



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