El Golden Coffee

Nunca he desayunado mejor que en San Francisco.

En el Golden Coffee, un sitio pequeñito regentado por americanos de origen asiático, en San Francisco hay muchos y tienen un Chinatown maravilloso.

Cada mañana huevos sunny side y hash brown, patata rayada a la plancha, french toast, y café americano infinito. Nadie sabe desayunar mejor que ellos, sentados en una barra en esas cafeterías estilo años 50 maravillosas. Líneas curvas y polipiel roja en tu culo.

Nunca he desayunado tan bien. La luz de San Francisco es preciosa, limpia y clara, el azul y el blanco es su color. 

También está lleno de locos y gente enferma, nadie se hace cargo de ellos, viven en la calle, vimos a un señor gritarle a un bocadillo.

Fuimos a casa de Rubén porque Núria hacía allí una exposición que también organizó él y Blerta. Todo me encantó, pero como los desayunos nada.

Me despertaba muerto de hambre y eso que estaba preocupado porque sospechaba que uno de mis mejores amigos de juventud se había enfadado conmigo. Los amigos se enfadan conmigo con facilidad, mi libertad y mi forma de ver las cosas suele chocar con sus corazones. Soy hijo único, no se negociar.

Me levantaba con mucha hambre, nos vestíamos y arreglábamos, nos poníamos guapos y al Golden Cofee.

Un día estaba cerrado por descanso semanal y me enfadé. Desayunamos en otro lugar cercano, pero estaba malo.

No hay nada como el Golden Coffee en San Francisco, ni los tranvías, ni el Golden Gate, ni las cuestas de las calles, ni los parques, nada, solo sus desayunos en la pequeña cafetería, mientras sueñas con otra vida paralela, en una rutina paralela, sintiendo que el mundo es enorme y tu también, con el huevo en tu boca bajado con café aguado, con el dulzor del sirope, con la sonrisa de la camarera preguntando porque vas ahí cada día. Es que esto es lo mejor del mundo.

Soñando unos días que eres otra persona mientras desayunas en una nueva rutina.