Soy uno.

Primero fue la naturaleza.

Dioses que representaban cada cosa.

La forma de hablarle a la naturaleza, pedirle quienes somos.

Los volcanes, el cielo, las estrellas, el viento, los árboles, el mar, los ríos, los animales.

Estábamos divididos. Muchos espejos donde reflejarnos.

Luego llegó la unidad, el sol, nos hizo uno.

Solo nos miraba uno y nos hizo quienes somos.

Nuestra identidad quedó unida.

Un espejo que nos devolvía nuestro reflejo.

La luz del sol marcó un camino recto para llegar a él, para llegar a ser.

Tus acciones no se podían desviar, ser mejor, hacerlo mejor.

El reflejo ya no era suficiente.

Tenía que verte hacerlo bien.

Empezó el juicio y con él el sufrimiento.

Dios murió, pero la mirada y el camino quedaron.

Seguimos caminando por él, sin respuesta, sin nada.

Nadie nos ve, la voz de los antepasados nos recuerda que alguien sigue mirando.

Todos sabemos que es mentira.

Pero sin esa mentira no hay nada.

Al principio estábamos divididos.

Luego nos hicimos uno.

Luego fuimos mejores.

Ahora nos miramos entre nosotros.

Vivimos en una mentira.

Una mentira desde el principio.

Todos callados.

Si no nos miran creemos que no existimos.



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